sábado, 7 de septiembre de 2013

EL DECLIVE DE LA "MARCHA" EN GRANADA


Años 80. Granada vive un intenso ocio nocturno y en algunas zonas de la ciudad se concentran multitud de bares y pubs. La movida, como en otras ciudades universitarias entra con fuerza y la marcha dura de lunes a domingo, siendo los jueves el día preferido por los universitarios (se marchaban el viernes a sus pueblos) y los viernes y sábados los días preferidos por los granadinos.

De esta manera se asienta en Granada un tipo de ocio juvenil basado principalmente en las fiestas en las casas de los estudiantes y las cañas, porrones y cubatas en los bares y pubs de Granada.

La gente sale, disfruta en la calle, vive y siente la calle, quiere salir, debe salir. Quien no sale es un pringado. Los bares y pubes están a rebosar. Concentrados eso sí en la zona de Pedro Antonio de Alarcón.

Años 90. La fama de Granada como ciudad universitaria se dispara. A la movida nocturna de la ciudad se une la explosión de carreras universitarias antes desconocidas. Se multiplica el número de estudiantes que acceden a una carrera universitaria gracias en gran medida al despilfarro de becas, al baby boom de los años 70 y a que los poderes públicos inculcan en los jóvenes (y en sus padres) que lo más importante de la vida es estudiar aunque después no exista una salida profesional para esos jóvenes (eso sí que no lo aviaron)


Además, los padres de aquellas generaciones (víctimas de una postguerra), bien educados por sus propios padres (sufridores de una terrible Guerra Civil), enseñaron que el esfuerzo, el sacrificio y el ahorro eran la única receta para vivir y no dudaron en sacrificar y destinar ahorros en sus hijos para que estudiaran una carrera universitaria, convencidos de que esa era su mejor salida y de que sus hijos tuvieran las oportunidades que ellos no tuvieron.

Los padres pasaron de costear estudios a costear fiestas nocturnas y vicios (¡mamá, dame para fotocopias!)

Quien no tuvo esa suerte, se costeó como buenamente pudo sus estudios trabajando (sí, había trabajo)

Era el boom de la movida granadina, concentrada en la zona de la calle Pedro Antonio de Alarcón o de pijolandia como se le conocía.

Miles de jóvenes salían cada fin de semana, la zona se colapsaba y los servicios públicos de los bares, pubs y discotecas también.

Cada vez era más agobiante estar en alguno de esos locales, pedir una cerveza o una copa era un ejercicio de paciencia que hoy en día no se da.

Ir al servicio suponía poner a prueba los propios límites fisiológicos de cada uno, ya que las colas, en especial en los servicios de las mujeres llegaban hasta la entrada del local.

La gente, ante esa tesitura comienza a beber en la calle y a vivir, de manera más desahogada su ocio nocturno.

Grupos de jóvenes comienzan a hacer lo que algunas tribus urbanas se dedicaron a hacer varios años antes; beber en la calle. Litronas, calimochos y cubalitros (por ese orden) se despachan sin control en locales que antes habían tenido otro tipo de clientela menos selecta.


No existe control alguno ni en horarios, ni en licencias ni en aforos ni en nada. Si había pocos bares y pubs abren más y en la zona los problemas se multiplican.

Las comunicaciones con Granada mejoran, los jóvenes empiezan a disponer de vehículo propio para moverse (los papis los compraban todo, no quieren que sus hijos pasen por las carencias que ellos pasaron) y ya no sólo salen por la noche en Granada universitarios ni granadinos, los jóvenes de los pueblos de alrededor, ansiosos y necesitados de anonimato y de descontrol social peregrinan cada fin de semana hasta los bares, pubs y discotecas.

De igual modo, familiares, amigos y conocidos de los universitarios foráneos de Granada, atraídos por el efecto llamada de la marcha de Granada, vienen a pasar el fin de semana para unirse a las frenéticas noches de fiesta que hay.

Quien no tiene sitio para quedarse en casa de sus amigos se queda en un hotel o pensión (no pasa nada, papá corre con los gastos)

Miles y miles de jóvenes se concentran en pijolandia y comienzan a expandirse y conquistar otras zonas de la ciudad.

Ya no sólo salen de marcha jóvenes, los carrozas se unen (hombres y mujeres de más de 30 años, algunos trabajando pero otros mantenidos por sus padres todavía…) y la ciudad de noche vive de fiesta.

La zona de calle Elvira y Plaza Nueva no deja pasar la oportunidad y se plaga, al igual que pasó con Pedro Antonio, pero en menor medida) de locales de ocio nocturno.

También la Plaza de Toros y alrededores acoge locales.

El descontrol ya afecta a varias zonas de la ciudad y la falta de control administrativo hace que el problema pase a ser mayúsculo.

Es la época del bakalao y el modelo de marcha bakalaera se importa desde Valencia con mucho éxito en los pueblos matropolitanos.



Se aparca donde a uno le da la gana, no hay bolardos, ni controles de alcoholemia, se bebe más y se consumen más drogas de diseño, el coche no solo es la herramienta para moverse sino que pasa a ser en los desplazamientos la continuación de la marcha (música a toda pastilla y se sigue bebiendo y bailando dentro del coche)

Inconscientemente los jóvenes de los pueblos cercanos, que rápidamente acogieron ese modelo de ocio nocturno, no saben que esos coches son auténticas cajas de muertos y cada fin de semana mueren en la carretera tras ingerir grandes dosis de alcohol.

La calle de Pedro Antonio de Alarcón comienza a perder su esplendor nocturno en detrimento de otras zonas menos masificadas. Algunos asesinatos violentos le llegaron a crear mala fama.

Zonas como calle Alhamar también se apuntan a la moda y abren bares y pubs.

La sequía de aquella década invita a que se viva en la calle y a que se beba, orine, defeque y pote también.

De los minis de cerveza y calimochos servidos en barra pero consumidos en la calle, se pasa a comprar el kit completo de botellón.


Los precios, ante la llegada inminente del euro se disparan y las copas ya no son tan rentables a pesar de las múltiples ofertas a pie de calle de cerveza más chupito por 100 pesetas.

Es el final de los años 90 y los jóvenes y no tan jóvenes ven en el botellón una económica y saludable posibilidad de pillarse un buen pedo en condiciones (barato y sin garrafón)

A más bebida en la calle más meada y pota en la calle (esa ecuación jamás falla) Los vecinos de las zonas afectadas montan en pie de guerra por los desmadres existentes.

Se crean zonas por los propios jóvenes en donde beber, así que de una manera más o menos duradera y tradicional los jóvenes se concentran allí para hacer botellón, aunque cualquier rincón, soportal o pasadizo es buen sitio para, en grupo de amigos reunirse y beber.

Es la moda, todo son ventajas, borrachera por cuatro duros, meas donde y cuando te sale de la polla, estás con los amigos, el coche a un paso, etc.

Aun así los locales nocturnos resisten porque esos mismos jóvenes que hacía botellón acudían posteriormente a los pubs a terminar la noche.

Clientes de discotecas y pubes ya no de carrozas sino de gente bastante más mayor, como los que acudían a la discoteca Granada 10 o al pub El Granero, se ven desplazados y arrinconados y emprenden la huída a la antigua discoteca Queen en calle Arabial, rebautizada como el Palacio de la Música.

Allí, en pleno auge de separaciones y divorcios (ya no se aguanta en pareja ni lo más mínimo) se concentran cuarentonas y cuarentones deseosos de rehacer su vida aunque fuera por una noche (patético).

El botellón sigue creciendo y se instala en cualquier plaza próxima a los lugares de marcha. Incluso en los alrededores del recinto ferial en las fiestas del Corpus se ve a miles de jóvenes hacer botellón.


Así llegamos a los años 2000. Comienzan a efectuarse controles administrativos cada vez más eficaces. Los horarios de cierre están más controlados y la marcha deja de ser un territorio sin ley.

Los controles de alcoholemia consiguen un efecto disuasorio y hace que poco a poco miles de jóvenes de los pueblos de los alrededores dejen de desplazarse hasta Granada y se queden en sus pueblos de marcha.

La zona de Pedro Antonio de Alarcón congrega cada noche menos jóvenes que se marchan a otras zonas de Granada, huyendo de peleas y de los cada vez más altercados graves que se registran.


Los jóvenes salen menos, es la explosión de internet y de las redes sociales. Ya no hace falta quedar con los amigos en la calle para hablar con ellos. La oferta de ocio desde casa cada vez es mayor, no sólo internet se instala en los hogares, también la televisión por cable.



Cada vez cierran y abren en los mismos locales más pubes y bares (mal síntoma) y el botellón se centraliza en el botellódromo, un espacio en donde los jóvenes beben a sus anchas, se emborrachan e incluso son atendidos por servicios de emergencias que aguardan hasta que tienen que actuar ante los múltiples comas etílicos que se producen.

Miles de jóvenes beben con pasión hasta cada vez más tarde (después del botellón ya no van a los pubs, van a las discotecas) mientras que en el resto de la ciudad se mueven generaciones de los 30, 40 y 50 años que buscando la tranquilidad, acuden a bares y tabernas más tradicionales.


Pero cada vez hay menos jóvenes (la generación del baby boom se ha hecho mayor, se ha casado, ha tenido hijos, se ha hipotecado y vive asfixiada entre pagos, aunque los créditos hacen que todavía no se renuncie a la diversión)

Abre una macro discoteca (Mae West) y algunos pubs de moda (Ganivet) que unidos a los que ya existían (Chicago, Buda) concentran de madrugada a una inmensa mayoría juvenil.

Se vive en una falsa y efímera riqueza que dura hasta mediados de la década de 2000, en donde el estacazo económico es total.

El paro comienza a dispararse, los créditos al consumo cortan el grifo, los precios suben de manera descarada y el cambio de moneda perjudica al consumidor, cada vez hay menos jóvenes (en los años 80 y 90 hubo un descenso significativo de nacimientos) y los padres y abuelos cada vez tiene que mantener a más miembros de la unidad familiar.


Las parejas se separan cada vez más y más jóvenes y el potencial económico se resiente. Padres separados y endeudados se ven incapaces de hacer frente a los gastos que durante años les llevará la separación.

Si no hay dinero para vivir mucho menos lo hay para salir de fiesta.

Las consumiciones en los bares, pubs y discotecas son carísimas e incluso el servicio y la calidad de los productos se resiente. Cada vez menos gente quiere pagar 2,50 euros por una cerveza con tapa de pan con york a la plancha, mahonesa, queso sospechoso y lechuga.

Las grandes cadenas de supermercados ofrecen precios bajos en productos de marca blanca y si unos años antes se veía a los jóvenes llenar los carros los sábados de botellas de alcohol de gran graduación, ahora se ve a treinteañeros y cuarentones comprar patés, embutidos modernos y bebidas para tomar en casa. Mucho más barato y no te timan.

La gente se sigue reuniendo pero cada vez más en casa. Ya no es que no apetezca salir. Es que no hay un puto duro y los hábitos han cambiado. No se sale viernes y sábado y mucho menos los domingos. Con un día al mes es suficiente.

Es la década de 2010, cada vez hay menos pubs y los que abren cierran. El ocio nocturno se centra en un botellón en declive y en pubs y discotecas de moda en donde para atraer clientes son muchos los socios en cada uno de ellos. A más socios más clientes.

Es una moda impuesta, la gente ya no puede ir donde quiere, o va a esos sitios o se muere de pena. Son sitios caros que en un intento de exclusividad al final consiguen reunir a lo más cutre y cateto de cada casa.

La grúa municipal hace ya varios años que comenzó, como si de un depredador se tratara, a cazar coches mal aparcados y así la noche puede resultarle a uno demasiado cara.


Si decides aparcar en uno de los parkings públicos que proliferaron por la ciudad en detrimento del estacionamiento gratuito a esas horas en superficie, la noche sale menos cara, pero tus diez euros por aparcamiento no hay quien te los quiete. Demasiado dinero para algo que hasta hace poco era gratis (aparcar en la calle)

El resultado es el que hay; marcha localizada no en zonas sino en locales, menos gente por la noche de fin de semana y nadie, absolutamente nadie entre semana. Sólo se salvan algunos fines de semana de los meses de octubre, noviembre y febrero, que por la afluencia de estudiantes foráneos libres de obligaciones y preocupaciones fuera de la época de examenes salen.

La zona de Pedro Antonio de Alarcón se ha llenado de jóvenes con una estética poco elegante y unas greñas que dan miedo. Lo guay es fumar porros en la puerta de los bares mezclándose con gente que fuma tabaco de liar. Después, no sin dosis de vandalismo durante el trayecto toca la discoteca Vogue (pobres vecinos) y todo ese entorno se ha vuelto inseguro y tenebroso. No sabes con qué colgado emporrado te cruzarás esa noche por allí (qué daño está haciendo en los cocos la marihuana)


El entorno de Plaza de Toros y de Alhamar muere lentamente y sus pubs cada vez tienen menos y más mala gente. Sólo algunos bares y tabernas se mantienen con una clientela más o menos estable.

Para atraer a los cuarentones y carcamales más elitistas se han inventado los clubes de gin tonics (aquí no hay un tonto para un remedio) desesperados muchos empresarios de la noche por atrapar clientes con alto o medio poder adquisitivo.

Con este escenario, la cosa no invita a salir. La gente se queda en casa y guarda ese dinero para otras cosas.

Políticos y empresarios mataron la gallina de los huevos de oro; la noche de Granada. Un pastel demasiado suculento como para que el ciudadano lo disfrutara sin más preocupación que el disfrute.

Políticos porque cada vez más quisieron recaudar más y más (y más y más) a base de licencias en muchos casos abusivas.

Empresarios porque cada vez quisieron ganar más y más (y más y más) y subieron los precios por encima de las posibilidades del consumidor.

Fue el pelotazo de la marcha. Todos querían ganar dinero. Y lo ganaron, vaya si lo ganaron. Ahora ya no lo ganan y mis carcajadas las pueden escuchar desde aquí. Si quieren claro.



viernes, 6 de septiembre de 2013

GRANADA CATETA

Granada; una de las ciudades más bellas del mundo, con un elenco de monumentos y rincones inimaginable, muchos de ellos declarados Patrimonio de la Humanidad, se está convirtiendo con el paso de los años en una ciudad cateta, inaccesible para los granadinos y en donde el tejido comercial y por tanto ¡la vida! desaparece poco a poco.

Decisiones políticas, cambios generacionales o sencillamente nuevos hábitos en los granadinos son los causantes.

En este blog analizaré desde mi perspectiva de granadino cercano a la cuarentena cuáles han sido las claves para que todo esto (y mucho más) esté sucediendo.

Querido lector; puedes estar de acuerdo o no en lo que escribo pero la realidad no es otra que la que hay.